Dimensión Socio-cultural

Esta dimensión comprende aspectos relacionados con las pautas culturales de los diferentes actores involucrados, el manejo del ambiente, las particularidades de los contextos rural y urbano, las representaciones, los estereotipos, los prejuicios y las valoraciones sociales (discriminación, estigmatización, entre otras).

Es a través de las representaciones particulares que tenemos de nosotros/as mismos/as como grupo social y de los demás grupos, que vamos construyendo los modos de interrelacionarnos. Las mismas pueden adoptar formas variadas y ser vividas de diversa manera. Se elaboran y reelaboran cuando los grupos humanos categorizan y ordenan su universo frente a “los/as otros/as”. Por ello, las representaciones sociales construyen una realidad común donde es posible reconocer la presencia de estereotipos, opiniones, creencias, valores y normas que suelen orientar actitudes positivas o negativas.

El estereotipo hace referencia a un conjunto de creencias relativas a los atributos de un grupo humano, que conduce a percibir a cada integrante del mismo según la expectativa general relativa al propio grupo. En cambio, el prejuicio moviliza un conjunto de sentimientos, juicios y actitudes individuales que provocan -o al menos favorecen, y en ocasiones simplemente justifican- medidas de discriminación provocando, en general, fenómenos de separación, segregación y explotación de un grupo por otro.

Es solo una cuestión de… ¿CULTURA?

Partiendo desde el concepto de la cultura como una producción colectiva, anónima y singular creada a lo largo del tiempo, esta hace referencia a los valores que comparten los miembros de una sociedad, las regularidades normativas (usos, costumbres, normas y leyes) mediante las cuales se rigen sus vidas, así como a los significados sociales que las personas otorgan a los objetos, acciones y relaciones sociales que se establecen entre ellas, como también a los objetos producidos por cada sociedad.

Teniendo en cuenta lo planteado, entendemos entonces que al mencionar a los grupos afectados por la problemática del Chagas como “inferiores”, “ignorantes”, sin iniciativa ni ideas propias, con costumbres y valores erróneos, se reproduce la concepción de una sola cultura válida desde donde debe medirse al resto. A su vez marca un “nosotros” superiores, cultos, con las costumbres y valores correctos, que parecieran estar exceptuados de la posibilidad de contraer la enfermedad, adjudicándose ser quienes poseen las soluciones que mejorarán la vida de “los otros”. Desde esta visión se desconoce, y en muchos casos se desprecia, el valor de las tradiciones, hábitos y prácticas de ciertos grupos afectados por el Chagas, al tiempo que no se consideran las enormes diferencias que se presentan entre las distintas poblaciones afectadas. Esta mirada incluso conduce a la llamada “culpabilización de las víctimas”, a través de la cual se responsabiliza a estas personas por la situación en la que están inmersas.

Es necesario no perder de vista que el Chagas nos afecta a todos/as, independientemente de la cultura a la que pertenezcamos. Entender esta manera de ver la problemática es lo que nos permitirá buscar las soluciones de manera colectiva y actuar integralmente al momento de tomar decisiones.

Sobre conceptos y estereotipos…

Usualmente suele asociarse la problemática del Chagas a “la pobreza” y es frecuente encontrar caracterizaciones como “el mal de los pobres”“la enfermedad de la pobreza”, entre otras.

Cuando se habla de pobreza -en general- se hace referencia a las ideas de privación, ausencia, carencia en las condiciones materiales de existencia de un grupo o población determinada, constituyendo así un concepto más descriptivo que explicativo, frente al cual la preocupación central suele girar en torno a la posibilidad de “medir” la cantidad de pobres en un determinado lugar geográfico.

A su vez, la noción de pobreza suele asociarse o confundirse con la de “marginalidad”. Este concepto se refiere a una posición (económica, social, cultural) desfavorecida, ocupada dentro del espacio social[1] donde se desenvuelve el individuo. Si bien esta posición refiere a condiciones preexistentes a la persona, existe un margen de autonomía en cuanto a la transformación de la situación inicial. Si consideramos que el espacio social es como una red, donde cada individuo y grupo ocupan una posición determinada en estrecha relación con la de los demás; no cabe la posibilidad de marcar un “adentro” y un “afuera” sino más bien encontramos un denso entramado de hilos interdependientes. Ciertamente no todas las posiciones son iguales, a grandes rasgos tendremos las posiciones dominantes, ocupadas por los grupos políticos y económicos hegemónicos, y las dominadas, ocupadas por la gran mayoría de la población. Circunscribir la problemática del Chagas únicamente a estos últimos grupos desdibuja la verdadera complejidad del problema y habilita el discurso de“culpabilización” y estigmatización hacia los principales afectados. El análisis entonces debe ser más amplio e incluir también las relaciones que se establecen, ocultan u omiten con los grupos dominantes.

Participar de manera crítica del debate planteado permite visualizar el carácter transversal de la problemática, la que atraviesa a todos los grupos sociales y de la cual todos/as formamos parte en tanto actores/as constitutivos/as del espacio social. Si tenemos en cuenta tanto las definiciones compartidas como la noción de un problema que no distingue la cultura de pertenencia de sus “afectados/as” o su nivel económico, ¿podemos seguir hablando del Chagas como “el mal de los pobres”?

[1]Según el sociólogo francés Pierre Bourdieu, el espacio social es un sistema de posiciones sociales que se definen las unas en relación con las otras. El “valor” de una posición se mide por la distancia que la separa de otras posiciones inferiores o superiores.

Lo rural ¿vs.? lo urbano

Esta visión predominante sobre la dicotomía urbano/rural recae en varios reduccionismos que reproducen el mismo tipo de estereotipos que venimos mencionando en los apartados anteriores.

Con frecuencia se considera a lo rural como sinónimo de agrario. En tanto, lo agrario hace referencia a la actividad productiva construida alrededor de la tierra como suelo cultivable y la cría de animales, actualmente profundamente industrializada e inserta dentro del mismo sistema económico capitalista que está lo urbano. Sin embargo, lo rural es más amplio e incluye la relación entre el ser humano y su medio, considerando diversos aspectos vinculados a la salud, la educación, la vivienda, la seguridad social, la dotación de servicios básicos, el patrimonio cultural, las redes sociales y el ejercicio de la ciudadanía. Esta confusión ha contribuido a dejar de lado los aspectos más diversos y ricos de lo rural y centrar la discusión únicamente en lo agrario como lo económico-productivo.

Lo rural suele estar asociado a concepciones ligadas con lo tradicional, autárquico, primitivo y atrasado. Mientras que lo urbano se asocia con lo civilizado, educado, moderno, racional y abierto. Así se delimitan nuevamente dos contextos de vida diferenciados entre sí y excluyentes. En esta perspectiva, lo rural queda subsumido y prácticamente negado en lo agrario y éste, a su vez, queda pendiente a industrializarse, es decir a urbanizarse.

Entonces, podemos comprender por qué se reproduce el pensamiento colectivo, por falta de información, de que únicamente las poblaciones afectadas por el Chagas son aquellas que residen en zonas rurales donde habitan las vinchucas. Como mencionamos anteriormente, a dichas personas se las suele caracterizar con los mismos calificativos del mundo rural: primitivos, pobres, sin educación, sucios, tercos, supersticiosos; en contraposición a las personas que habitan las ciudades: cultas, limpias, abiertas, racionales.

La solución sería tan “simple” como que al eliminar las vinchucas o las condiciones donde éstas habitan, se terminaría con el Chagas. Pero…

…aún imaginando la aberrante situación de acabar con las condiciones rurales de vida: ¿se acabaría entonces el Chagas? ¿Qué sucedería con todas aquellas personas que ya son portadoras del parásito? ¿No hay Chagas en las ciudades? ¿Sólo hay Chagas donde hay vinchucas?

Desde hace unas décadas -debido a los crecientes movimiento migratorios que mencionamos en la Dimensión Epidemiológica– NO puede considerarse al Chagas como una problemática exclusivamente rural ni distribuida solo en zonas donde habitan las vinchucas. La creciente urbanización y los movimientos migratorios hacia las ciudades han hecho que las otras formas de transmisión de la enfermedad (ver  Dimensión Biomédica) hayan tomado un protagonismo especial en este escenario global y ya no solamente pueda hablarse de Chagas y transmisión del T. cruzi en lugares donde hay vinchucas.

Costumbres y hábitos

La vivienda es uno más de los componentes materiales que expresan la cultura, la visión de mundo de una determinada sociedad. La distribución y el uso del espacio en las viviendas es un claro ejemplo de ello. Aquí también se ponen en juego una serie de elementos culturales que trascienden los criterios funcional y estético normados por la cultura urbana de clase media, para configurar un abanico de posibilidades que entrama diversas variables, tanto materiales como simbólicas. En este sentido, la elección de la localización y la modalidad de vivienda no son aleatorias; inciden en ellas el peso de la tradición, la organización familiar y la estructura material (ambiente, estrategias económicas, etc.), entre otros factores.

En lo que respecta al Chagas, tradicionalmente se consideró que el adobe (mezcla de barro y paja) era sinónimo de presencia de vinchucas en una construcción. Esta idea condujo a una especie de “culpabilización” de las viviendas hechas de adobe, los ranchos, y llevó a considerar de manera extendida que las vinchucas dejarían de ser un problema si se eliminaran las construcciones realizadas con este tipo de materiales. De la mano de estas representaciones, se fomenta la estigmatización de quienes viven en casas construidas con métodos tradicionales y son frecuentes las referencias a las “viviendas indignas” como si la “dignidad” pasara por el material que se utiliza y no por otras cuestiones.

Por supuesto que reconocemos la importancia de ciertas condiciones de la vivienda a la hora de pensar en la posibilidad de que las vinchucas se instalen o no en un lugar próximo a los seres humanos. Pero estas condiciones tienen que ver con cuestiones más estructurales que materiales, dado que:

  • grietas y agujeros se pueden presentar en paredes y techos de prácticamente cualquier material sin revoque o sin mantenimiento adecuado;
  • una pared de adobe bien revocada, con adobe mismo, es casi imposible de diferenciar de una pared de otro material igualmente revocada;
  • una vivienda puede no presentar grietas ni agujeros en sus paredes, pero reunir otra serie de condiciones que igualmente la hagan propicia a la colonización por parte de las vinchucas.

Discriminación laboral

Particularmente en el ámbito laboral es necesario garantizar, por ley, que los empleadores no utilicen el análisis de Chagas para discriminar a sus trabajadores.

En Argentina, la Ley-Decreto Nacional 22.360, promulgada durante la última dictadura militar, obligaba a incluir los análisis de Chagas dentro de los exámenes pre-laborales. Esta ley, resultaba terriblemente discriminatoria por dos razones: obligaba a todas las personas que deseaban trabajar a someterse al análisis de Chagas, a pesar que la inmensa mayoría de las personas con este resultado positivo jamás desarrollaría la patología; y se observaba que una gran cantidad de postulantes a diferentes trabajos eran descartados para el puesto cuando los análisis daban positivos, sin practicarles electrocardiograma ni radiografía de tórax.

Desde el año 2007 existe una nueva ley de Chagas, la Ley de Salud Pública Nro. 26.281, sancionada el 8 de Agosto de 2007 y promulgada de hecho el 4 de Septiembre de 2007. En su ARTICULO 5º, expresa:

“Prohíbase realizar reacciones serológicas para determinar la infección chagásica a los aspirantes a cualquier tipo de empleo o actividad.”

Y en el ARTICULO 6º, agrega:

“Los actos que, utilizando información obtenida por aplicación de la presente ley y de las normas complementarias que en su consecuencia se dicten, impliquen una lesión o menoscabo de los derechos de las personas afectadas por la infección chagásica, son considerados actos discriminatorios en los términos de la Ley Nº 23.592”.

A pesar de su vigencia, esta “nueva” ley necesita aún amplia difusión para que ya no se realicen los análisis de Chagas de manera compulsiva. Frente al argumento de quienes aún defienden la vieja práctica del análisis pre-laboral en pos del bienestar de las personas afectadas, nos preguntamos por qué tenemos que apelar a la obligatoriedad del análisis en lugar de apuntar a la sensibilización de las personas para que cada quien, de manera voluntaria, sienta la necesidad de saber (o no) si tiene Chagas, como en el caso de tantos otros temas que afectan la salud de las personas.

Voces propias

En zonas rurales, consideradas tradicionalmente como las zonas endémicas para Chagas, se observa que éste es, en general, un tema conocido por campesinos y campesinas. Sin embargo, como forma parte del universo cotidiano de estas personas, con frecuencia es tomado con cierta naturalidad. En este sentido, el Chagas es y no es una enfermedad para estas personas. Es un tema que los afecta de manera muy cercana, pero no muy visible, por las necesidades más urgentes por un lado, pero también por las características propias de la evolución de esta dolencia. Suele no ser una cuestión prioritaria en sus vidas, lo que hace que en general no sea un tema que se presente espontáneamente en sus discursos.

En zonas urbanas, la enfermedad se hace más patente, más perceptible. Aunque no presente síntomas ni manifestaciones clínicas, se sienten y perciben los síntomas propios de la discriminación y aparece una nueva paradoja: la de estar enfermo sin estarlo, el estigma social de un análisis positivo, de ser portador de un parásito ajeno al contexto de la gran ciudad, sumado a la condición muchas veces agravante de ser “portador” también de una etnia diferente, de costumbres diferentes, de creencias diferentes. A su vez, es principalmente en las zonas urbanas donde quedan más en evidencia las “cuestiones de clase” y se mantiene la exclusión simbólica del Chagas, incluso en personas infectadas.

En definitiva estas dicotomías planteadas anteriormente: culto/no culto; pobre/rico; urbano/rural, adobe/otros materiales, enfermo/sano, comienzan a desmoronarse cuando se consideran las voces de quienes conviven con el Chagas y sus consecuencias (a veces enfermedad, otras veces miedos y discriminación). Es entonces, a partir de la inclusión de estas voces que debemos construir los discursos transversales e inclusivos que reflejen la verdadera complejidad de esta problemática.